Corría una de las épocas de mayor esplendor para la monarquía hispánica. Carlos V de Alemania, procedente de la casa de los Habsburgo, poseía un sinfín de territorios en los que según cuenta la leyenda popular “nunca se ponía el sol”. Además, con el descubrimiento de América en 1492, llegaban grandes reservas de metales preciosos procedentes del Nuevo Mundo, por lo que se produjeron una serie de ingresos extraordinarios para España.

Mapa del Imperio de Carlos V

Con la abdicación de Carlos V, llega al trono su hijo Felipe II en 1556, conocido como “el Prudente”. Fue el heredero del inmenso imperio acumulado por su padre: la Corona de Castilla junto a los territorios americanos, la Corona Aragonesa junto a sus territorios en Italia (Nápoles, Silicia y Cerdeña), Países Bajos, Luxemburgo, el Franco Condado y el Ducado de Milán. Sin embargo, no solo heredó los extensos territorios del sacro imperio, sino que también sus cuantiosas deudas, derivadas de la política derrochadora de su padre Carlos I de España, con el propósito de mantener una posición hegemónica en Europa y la defensa del catolicismo. Tal fue la magnitud de los impagos por el mantenimiento de una política exterior de carácter imperial (alcanzando el valor de 20 millones de ducados), que tan sólo un año después de su llegada al trono, Felipe II se ve obligado a declarar la primera bancarrota de la Hacienda. 

Retrato de Felipe II

Obsesionado con la idea de mantener la unidad religiosa en su reino, Felipe II en lugar de intentar subsanar los errores cometidos por su padre y proceder a un saneamiento de la Hacienda reduciendo las campañas militares, decidió implantar una nueva reforma fiscal que le permitiera aumentar sus ingresos. Para ello incrementó las tributaciones en todo el reino, especialmente en la Corona de Castilla, que llegó a pagar cuatro veces más que el resto de España y para la cual las consecuencias económicas fueron las más devastadoras. Ya que los ingresos procedentes de los impuestos no eran suficientes, fue necesario acudir al mercado exterior de capital (préstamos procedentes de la familia Fugger y de la banca genovesa, uno de los primeros centros financieros, principalmente). Cuando los acreedores se negaban a conceder más préstamos, Felipe II decretaba la suspensión de pagos, lo que llevaba a la constante reestructuración de la deuda a nuevas tasas de intereses. Esto era posible ya que España era una de las naciones más ricas, lo cual constituía un “seguro” para los prestamistas, convencidos de que a largo plazo obtendrían unos beneficios más altos que la cantidad prestada. El resultado fue la financiación de una serie de guerras costosas que terminaron fracasando (a excepción de la batalla de Lepanto) y hundiendo aún más la economía española. 

A pesar de que España alcanzó uno de sus momentos cúspide en la historia, la economía sufría de graves problemas internos que acarrearon dos crisis de impago externo más. La segunda fue la más severa de ellas. Ocurrió en 1576 y estuvo marcada por el saqueo de las tropas españolas a la ciudad de Amberes en los Países Bajos (conocida como la Furia Española). La tercera y última crisis de su reinado ocurrió en 1596. 

Saqueo de Amberes (1576)

Con la muerte de Felipe II comienza un periodo de decadencia para la monarquía hispánica en todos los sentidos: económica, demográfica, militar, política y territorial. En 1598 llega al trono Felipe III, iniciando la época de los Austrias menores. Se introduce una novedad en su gobierno: el sistema de los validos (el más importante durante su reinado fue el duque de Lerma, que fue destituido debido a una descarada corrupción). Durante su reinado se vive un relativo periodo de paz, pero a pesar de ello, no se evitó caer en un nuevo impago, que estallo en 1607 y que llevó con ello a la ruina a la familia Fugger, uno de los que había sido un acreedor de confianza para la corona española durante años.

Como no había sido suficiente, con la subida al trono de Felipe IV, se sucedió una constante oleada de impagos: 1627, 1647, 1652 y 1662. El impago más destacable de esta larga lista sería el ocurrido en 1627, que afecto a todo el sistema financiero internacional.

El mismo esquema siguieron en varias ocasiones Francia e Inglaterra, países ricos y poderosos que podían permitirse el lujo de endeudarse hasta las cejas, para luego suspender los pagos con sus acreedores. Ejemplo de ello fue el impago de Eduardo III de Inglaterra derivado de sus fracasos militares, que llevó a la quiebra de la banca y de la economía florentina, uno de los primeros mercados de capital, según se relata en “Esta vez es distinto: ocho siglos de necesidad financiera” de Carmen M. Reinhart y Kennth S. Rogoff.