Con el Black Friday y las navidades a la vuelta de la esquina, uno de los temas más nombrados es el desabastecimiento global al que nos estamos enfrentando. El problema es claro, no llegan los materiales con los que fabricar: microchips, aluminio o vidrio son sólo algunos de los componentes o materiales que están escaseando, y que son a su vez esenciales para la fabricación de muchos productos que las personas consumimos día a día. Sectores como el automovilístico, informático o farmacéutico se están viendo gravemente afectados por esta escasez, y temen no poder hacer frente a la futura demanda de sus productos, e incluso a la demanda no tan lejana.

Con el inicio de la pandemia en marzo de 2020 y las restricciones impuestas por los gobiernos con el objetivo de reducir la creciente cifra de contagios y muertes, la producción mundial sufrió una gran caída. Mientras, la demanda de dispositivos electrónicos se disparó, como consecuencia principal del incremento del teletrabajo. Actualmente, con la vuelta a la “nueva normalidad”, la demanda ha vuelto a su nivel anterior a la pandemia, mientras que la capacidad productiva no ha sido capaz de adaptarse a las nuevas exigencias. 

A esto se le suma el hecho de que, desde principios del siglo XX nuestro nivel de vida ha dado un giro de 180 grados. Por un lado, el consumismo y la política de “usar y tirar” se han hecho parte de nuestro día a día, y por otro encontramos el rápido crecimiento de la población, lo que significa un mayor consumo de materias primas. Es evidente que la mayoría de los recursos de los que disponemos para satisfacer nuestras infinitas necesidades y deseos, por el contrario, son finitos y llegará un momento en el que se acaben agotando. Como consecuencia del posible agotamiento de estos recursos naturales, que principalmente afectan al sector de la energía, su oferta disminuye y los precios suben. A esto habría que añadirle la actual preocupación por el medio ambiente, que se traduce en políticas gubernamentales para intentar reducir el efecto de este consumismo sobre las fuentes no renovables de energía.

Con la subida de los precios de la luz y el colapso de las cadenas de distribución, los posibles escenarios que se prevén para el futuro son varios. Algunos expertos prevén una recuperación de los niveles de producción precovid durante el 2023, mientras que otros no son tan positivos al respecto y auguran que los precios seguirán al alza durante un largo periodo de tiempo. 


El claro ejemplo de una perspectiva no tan positiva es la del gobierno de Austria, que predice un posible apagón que afectará a Europa durante varios días. Aunque con el objetivo de preparar a su población frente a este posible escenario, lo que verdaderamente está haciendo es fomentar el llamado “efecto rebaño”: los seres humanos tendemos a seguir al resto en situaciones de alta volatilidad. Cuando los consumidores están siendo alertados de una posible escasez de suministros, su respuesta inmediata es la de comprar con antelación productos antes de que los necesiten. Ya vimos este ejemplo a principios de la pandemia en marzo de 2020 con el desabastecimiento del papel higiénico en los supermercados, provocada por la psicosis generalizada sobre una posible escasez de este y es probable que actualmente nos volvamos a enfrentar a una situación similar.

Como conclusión personal, pienso que las personas somos tan egoístas y manipulables, que incluso sin motivo justificado, somos capaces de acaparar productos que realmente no necesitamos inmediatamente, con tal de no renunciar a las comodidades a las que estamos acostumbrados. Entonces, no quiero imaginarme lo que ocurrirá si para más inri, hay gobiernos que están incitando a las personas a hacer acopio por un supuesto desabastecimiento.